La “Dictadura Perfecta”, según
el escritor peruano Mario Vargas Llosa, es el régimen que dirigió el PRI
durante la mayor parte del siglo XX. Este término es usado a la hora de
criticar al tricolor, pero estoy convencido de que la mayoría no sabe que
significa. Vargas Llosa nombró así a este régimen porque era una dictadura
partidista en la que se cambiaban cada seis años de presidente, disfraz de
democracia, mientras pisoteaba los derechos políticos mexicanos al estilo de
otras dictaduras en el continente y se mantenía un adoctrinamiento de la población
para preservar el régimen. Además, y al igual que otras dictaduras, se sostuvieron
creando estructuras para atar a la sociedad a la estructura del partido oficial
ofreciéndoles demagógicamente diversos beneficios a cambio de su apoyo en los
procesos electorales y el palo en caso de que se salieran del huacal (pregúntenle
a Elba Esther Gordillo y a La Quina). Y por último está el dedazo en el que el
presidente de la república elegía a su sucesor sin tomar en cuenta la opinión de
su partido, solo valía su criterio y por eso todo el gabinete se ponía
lambiscón el último año de gobierno. Esto ocurrió, aparentemente, desde 1929
hasta 1994, y de hecho el último tapado murió asesinado.
Pese a lo anterior, el
primer tapado no fue un priista, es más, fue muchos años antes de que se
fundara tan tristemente célebre instituto político. Fue más de 50 años para ser
más precisos y durante la última dictadura personal del país: el Porfiriato. Era
el año de 1880 y el general Porfirio Díaz necesitaba quien le guardara el
cargo. Esto era porque cuando se levantó en armas contra Sebastián Lerdo de
Tejada con el plan de Tuxtepec debido a que este último se quería reelegir y
eternizarse en la amada silla. Antes de eso, en 1871, don Porfirio se levantó
en armas contra Juárez porque también se negaba a abandonar la amada silla. En ambos
casos el lema de su rebelión fue, irónicamente, el mismo que usó Madero décadas
después: Sufragio efectivo, no reelección. Entonces en 1880 postuló a su
compadre, el general manco Manuel González, para que le guardara la amada silla
para dar la apariencia de que iba a respetar su promesa de no reelegirse. Don Porfirio
era un hombre honrado, pero su compadre tenía las uñas largas pues se
enriqueció a manos llenas mientras fue presidente. En 1884 se volvió a postular
don Porfirio y ahora sí no dejo que nadie se sentara en la silla durante 36
años. Es decir, su lema completo era: Sufragio efectivo, no reelección…
inmediata.
Sin embargo, este no fue
el dedazo más famosos de la historia del país, pues pasada una década de la
muerte de don Porfirio se hizo una práctica común. El primer intento fue el de
Carranza de imponer a Ignacio Bonillas en lugar de a Álvaro Obregón y eso
finalmente lo llevó a la muerte. Sin embargo, Obregón hizo lo mismo en 1924 al
imponer la candidatura a la presidencia de Plutarco Elías Calles y para hacerla
efectiva no dudo en matar a los oficiales de su antiguo ejército que tantas
veces le salvaron la vida: Manuel M. Diéguez, Fortunato Maycotte y Rafael
Buelna; a su antiguo aliado, Adolfo de la Huerta, lo mandó al exilio. Cuatro años
después, Obregón era asesinado en San Ángel por los diputados de Guanajuato
porque osó reelegirse y se cometería al año siguiente el primer fraude
electoral posterior a la Revolución. Para esto, Calles impuso a Pascual Ortiz
Rubio como candidato del PNR, partido fundado por Calles y para Calles, y logró
ganarle a José Vasconcelos de una manera fraudulenta. Sin embargo, para la
desgracia de Calles, su último dedazo, Lázaro Cárdenas, le salió
contraproducente, pues su lacayo terminó por lanzarlo del país en pijama. Sin embargo,
y al contrario de lo que muchos pudieran creer, esto no significó nada para la
democracia mexicana sino por el contrario. Para la elección de 1940, Lázaro
Cárdenas impuso como candidato al general Manuel Ávila Camacho y se cometió uno
de los fraudes electorales más escandalosos de la historia.
Cuando finalmente se
consolidó el PRI como una dictadura partidista se hicieron parte de la clase político
buena parte de los vicios que conocemos hoy. Y sí, uno de esos vicios fue que
el presidente designaba como su sucesor a uno de los miembros de su gabinete. Era
común que el último año de gobierno los Secretarios de Estado se pusieran
lambiscones con el presidente para que los designara como su sucesor para ocupar
la amada silla. Esta fue la norma hasta 1993, ya que el último dedazo fue de
Carlos Salinas de Gortari para designar a Luis Donaldo Colosio y todos sabemos cómo
termino esa historia. Los dedazos fueron un modo para obtener impunidad de los
delitos cometidos en las diferentes administraciones y siempre vieron el
gobierno como un patrimonio de su partido. De ahí es donde Enrique Krauze hace
su alegoría de los revolucionarios como una familia que se turna las llaves de
un ropero en el que se guardan los secretos más sucios de la familia bajo doble
llave. Con todo esto es evidente el grado de corrupción del régimen y que haya
sido una dictadura bastante longeva que supero a muchas en América Latina. El dedazo
no nada más se extendía al candidato presidencial sino que abarcaba
gobernadores, presidentes municipales y legisladores. De ese modo fue como también
se obtuvo el control de todo el aparato gubernamental que no se dudó en usar para
silenciar a los opositores en muchas ocasiones, ya sea intimidándolos, encarcelándolos
e incluso matándolos. El dedazo es algo muy vergonzoso en nuestra historia pues
ayudó a preservar un régimen del que se sirvieron los políticos para su
beneficio personal y de sus grupos en detrimento del bienestar nacional. Es muy
importante conocer estos detalles en los turbulentos tiempos actuales.
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