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jueves, 7 de diciembre de 2017

La política del dedazo

La “Dictadura Perfecta”, según el escritor peruano Mario Vargas Llosa, es el régimen que dirigió el PRI durante la mayor parte del siglo XX. Este término es usado a la hora de criticar al tricolor, pero estoy convencido de que la mayoría no sabe que significa. Vargas Llosa nombró así a este régimen porque era una dictadura partidista en la que se cambiaban cada seis años de presidente, disfraz de democracia, mientras pisoteaba los derechos políticos mexicanos al estilo de otras dictaduras en el continente y se mantenía un adoctrinamiento de la población para preservar el régimen. Además, y al igual que otras dictaduras, se sostuvieron creando estructuras para atar a la sociedad a la estructura del partido oficial ofreciéndoles demagógicamente diversos beneficios a cambio de su apoyo en los procesos electorales y el palo en caso de que se salieran del huacal (pregúntenle a Elba Esther Gordillo y a La Quina). Y por último está el dedazo en el que el presidente de la república elegía a su sucesor sin tomar en cuenta la opinión de su partido, solo valía su criterio y por eso todo el gabinete se ponía lambiscón el último año de gobierno. Esto ocurrió, aparentemente, desde 1929 hasta 1994, y de hecho el último tapado murió asesinado.
Pese a lo anterior, el primer tapado no fue un priista, es más, fue muchos años antes de que se fundara tan tristemente célebre instituto político. Fue más de 50 años para ser más precisos y durante la última dictadura personal del país: el Porfiriato. Era el año de 1880 y el general Porfirio Díaz necesitaba quien le guardara el cargo. Esto era porque cuando se levantó en armas contra Sebastián Lerdo de Tejada con el plan de Tuxtepec debido a que este último se quería reelegir y eternizarse en la amada silla. Antes de eso, en 1871, don Porfirio se levantó en armas contra Juárez porque también se negaba a abandonar la amada silla. En ambos casos el lema de su rebelión fue, irónicamente, el mismo que usó Madero décadas después: Sufragio efectivo, no reelección. Entonces en 1880 postuló a su compadre, el general manco Manuel González, para que le guardara la amada silla para dar la apariencia de que iba a respetar su promesa de no reelegirse. Don Porfirio era un hombre honrado, pero su compadre tenía las uñas largas pues se enriqueció a manos llenas mientras fue presidente. En 1884 se volvió a postular don Porfirio y ahora sí no dejo que nadie se sentara en la silla durante 36 años. Es decir, su lema completo era: Sufragio efectivo, no reelección… inmediata.
Sin embargo, este no fue el dedazo más famosos de la historia del país, pues pasada una década de la muerte de don Porfirio se hizo una práctica común. El primer intento fue el de Carranza de imponer a Ignacio Bonillas en lugar de a Álvaro Obregón y eso finalmente lo llevó a la muerte. Sin embargo, Obregón hizo lo mismo en 1924 al imponer la candidatura a la presidencia de Plutarco Elías Calles y para hacerla efectiva no dudo en matar a los oficiales de su antiguo ejército que tantas veces le salvaron la vida: Manuel M. Diéguez, Fortunato Maycotte y Rafael Buelna; a su antiguo aliado, Adolfo de la Huerta, lo mandó al exilio. Cuatro años después, Obregón era asesinado en San Ángel por los diputados de Guanajuato porque osó reelegirse y se cometería al año siguiente el primer fraude electoral posterior a la Revolución. Para esto, Calles impuso a Pascual Ortiz Rubio como candidato del PNR, partido fundado por Calles y para Calles, y logró ganarle a José Vasconcelos de una manera fraudulenta. Sin embargo, para la desgracia de Calles, su último dedazo, Lázaro Cárdenas, le salió contraproducente, pues su lacayo terminó por lanzarlo del país en pijama. Sin embargo, y al contrario de lo que muchos pudieran creer, esto no significó nada para la democracia mexicana sino por el contrario. Para la elección de 1940, Lázaro Cárdenas impuso como candidato al general Manuel Ávila Camacho y se cometió uno de los fraudes electorales más escandalosos de la historia.

Cuando finalmente se consolidó el PRI como una dictadura partidista se hicieron parte de la clase político buena parte de los vicios que conocemos hoy. Y sí, uno de esos vicios fue que el presidente designaba como su sucesor a uno de los miembros de su gabinete. Era común que el último año de gobierno los Secretarios de Estado se pusieran lambiscones con el presidente para que los designara como su sucesor para ocupar la amada silla. Esta fue la norma hasta 1993, ya que el último dedazo fue de Carlos Salinas de Gortari para designar a Luis Donaldo Colosio y todos sabemos cómo termino esa historia. Los dedazos fueron un modo para obtener impunidad de los delitos cometidos en las diferentes administraciones y siempre vieron el gobierno como un patrimonio de su partido. De ahí es donde Enrique Krauze hace su alegoría de los revolucionarios como una familia que se turna las llaves de un ropero en el que se guardan los secretos más sucios de la familia bajo doble llave. Con todo esto es evidente el grado de corrupción del régimen y que haya sido una dictadura bastante longeva que supero a muchas en América Latina. El dedazo no nada más se extendía al candidato presidencial sino que abarcaba gobernadores, presidentes municipales y legisladores. De ese modo fue como también se obtuvo el control de todo el aparato gubernamental que no se dudó en usar para silenciar a los opositores en muchas ocasiones, ya sea intimidándolos, encarcelándolos e incluso matándolos. El dedazo es algo muy vergonzoso en nuestra historia pues ayudó a preservar un régimen del que se sirvieron los políticos para su beneficio personal y de sus grupos en detrimento del bienestar nacional. Es muy importante conocer estos detalles en los turbulentos tiempos actuales.           

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