“… que están para
obedecer y no para discutir las altas órdenes del gobierno”, decía el rey de
España, Carlos III, en el decreto de expulsión de los Jesuitas. Esto lo hizo
con la intención de demostrar quién es el que manda en realidad. Sin embargo,
no midió las consecuencias de aquel decretó que a la larga llevaría al desmembramiento
del vasto imperio, aunque ya no lo llegaría a ver. Nunca nos ponemos a pensar
que algunas acciones de la clase gobernante a la larga pueden tener
consecuencias catastróficas, pero sin duda cuando se trata de demostrar quién
manda se toman decisiones que pueden no ser del agrado de todos al perjudicar a
la población en algún momento del futuro. Y la intención de Carlos III era
demostrar a sus súbditos, insisto, que él y nadie más tenía el mando. Y su
vasto imperio comenzó a desmoronarse años después, empezando con la Nueva
España, la joya de la corona, y la primera en declarar su independencia
respecto de España.
¿Por qué traigo esto a
colación ahora? Porque para mí es importante debido a los efectos que conlleva
golpear la mesa para decir “aquí mando yo”. Carlos III no midió las
consecuencias de su decisión porque a partir de entonces entre sus súbditos empezó
a nacer la semilla independentista. Miguel Hidalgo era alumno del Colegio de
San Nicolás en Valladolid (hoy Morelia) cuando llegó la orden del rey de
expulsar a los miembros de la Compañía de Jesús. Esta orden prácticamente dejó
sin docentes a todo el Imperio Español. Además, los altos impuestos también
tuvieron un impacto significativo porque llevó a la miseria a muchas personas
de la noche a la mañana. Por lo tanto, fue a partir de entonces que hubo
inconformidades, pues por ejemplo, a los indígenas se les azotaba por no pagar
impuesto, y el aumento fue de un peso por persona a cinco pesos, es decir,
trabajar más para el Estado; como dato curioso, el cura Hidalgo se gastó toda
su fortuna ayudando a su feligresía a pagar los altos impuestos a la Corona, y
eso en parte ayudó a que el primer movimiento insurgente tuviera apoyo.
Aunque también considero necesario
poner sobre la mesa el contexto histórico de la época de Carlos III. En 1765 el
monarca español envió al visitador José de Gálvez para entender un poco la
situación de los dominios en ultramar bajo su mando. Gálvez descubrió que la
sociedad novohispana estaba penetrada hasta la médula de corrupción, pues para
todo se daba mordida, se vendían los puestos públicos y se desobedecían las
leyes emitidas por el rey. Además, observo que en la Nueva España había ciertos
“vicios” como mascar tabaco (desde la infancia) y jugar con la baraja española.
La información aportada por Gálvez llevó a determinar al rey que se debía
llevar un control más exhaustivo sobre sus dominios en ultramar. Claro, el rey
Carlos III tenía sospechas de lo que ocurría en la Nueva España y que eso
impedía hacer las reformas que consideraba necesarias para la prosperidad de su
reino en años en los que el Reino Unido le había dado una importante lección utilizando
su poderío naval para bloquear los puertos más importantes del vasto Imperio
Español para de ese modo medir la clase de gobernante que era aquel rey,
primero de la dinastía Borbón.
Sin embargo, Carlos III
todavía fue un monarca respetado en su vasto imperio, pero no fue así con su
hijo ni su nieto, Carlos IV y Fernando VII, ambos considerados dos de los
peores monarcas de España. El primero tuvo la osadía de aumentar los impuestos
todavía más que pagaban todos trayendo la miseria a todas las colonias de la
noche a la mañana. Además, llegaron a gobernar a las colonias gente bastante
corrupta como el Marqués de Branciforte y José de Iturrigaray, dos hombres sin
escrúpulos que saquearon a la Nueva España hasta que se cansaron. Uno, al
querer congratularse con el monarca mandó hacer una escultura al artista Manuel
Tolsá que hoy conocemos con el nombre de “El Caballito”; al otro lo sacaron del
Palacio Virreinal (hoy Nacional) en pijama y pantuflas por ratero. Este último
fue la demostración del hartazgo de los
novohispanos por las decisiones del rey, iniciándose con Carlos III. De un
momento a otro se pasó del “Obedézcase pero no se cumpla” al “Sepan ustedes súbditos”.
Los reyes de España no se dieron cuenta que con sus acciones lo único que
consiguieron fue que sus súbditos quisieran librarse de su yugo al extenderse
el germen independentista en los dominios de América. Sin embargo, al día de hoy
en el continente hay personas que no conocen estos hechos y están condenados a
repetirlos.
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