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domingo, 5 de mayo de 2019

“Sepan ustedes súbditos…”


“… que están para obedecer y no para discutir las altas órdenes del gobierno”, decía el rey de España, Carlos III, en el decreto de expulsión de los Jesuitas. Esto lo hizo con la intención de demostrar quién es el que manda en realidad. Sin embargo, no midió las consecuencias de aquel decretó que a la larga llevaría al desmembramiento del vasto imperio, aunque ya no lo llegaría a ver. Nunca nos ponemos a pensar que algunas acciones de la clase gobernante a la larga pueden tener consecuencias catastróficas, pero sin duda cuando se trata de demostrar quién manda se toman decisiones que pueden no ser del agrado de todos al perjudicar a la población en algún momento del futuro. Y la intención de Carlos III era demostrar a sus súbditos, insisto, que él y nadie más tenía el mando. Y su vasto imperio comenzó a desmoronarse años después, empezando con la Nueva España, la joya de la corona, y la primera en declarar su independencia respecto de España.
¿Por qué traigo esto a colación ahora? Porque para mí es importante debido a los efectos que conlleva golpear la mesa para decir “aquí mando yo”. Carlos III no midió las consecuencias de su decisión porque a partir de entonces entre sus súbditos empezó a nacer la semilla independentista. Miguel Hidalgo era alumno del Colegio de San Nicolás en Valladolid (hoy Morelia) cuando llegó la orden del rey de expulsar a los miembros de la Compañía de Jesús. Esta orden prácticamente dejó sin docentes a todo el Imperio Español. Además, los altos impuestos también tuvieron un impacto significativo porque llevó a la miseria a muchas personas de la noche a la mañana. Por lo tanto, fue a partir de entonces que hubo inconformidades, pues por ejemplo, a los indígenas se les azotaba por no pagar impuesto, y el aumento fue de un peso por persona a cinco pesos, es decir, trabajar más para el Estado; como dato curioso, el cura Hidalgo se gastó toda su fortuna ayudando a su feligresía a pagar los altos impuestos a la Corona, y eso en parte ayudó a que el primer movimiento insurgente tuviera apoyo.
Aunque también considero necesario poner sobre la mesa el contexto histórico de la época de Carlos III. En 1765 el monarca español envió al visitador José de Gálvez para entender un poco la situación de los dominios en ultramar bajo su mando. Gálvez descubrió que la sociedad novohispana estaba penetrada hasta la médula de corrupción, pues para todo se daba mordida, se vendían los puestos públicos y se desobedecían las leyes emitidas por el rey. Además, observo que en la Nueva España había ciertos “vicios” como mascar tabaco (desde la infancia) y jugar con la baraja española. La información aportada por Gálvez llevó a determinar al rey que se debía llevar un control más exhaustivo sobre sus dominios en ultramar. Claro, el rey Carlos III tenía sospechas de lo que ocurría en la Nueva España y que eso impedía hacer las reformas que consideraba necesarias para la prosperidad de su reino en años en los que el Reino Unido le había dado una importante lección utilizando su poderío naval para bloquear los puertos más importantes del vasto Imperio Español para de ese modo medir la clase de gobernante que era aquel rey, primero de la dinastía Borbón.
Sin embargo, Carlos III todavía fue un monarca respetado en su vasto imperio, pero no fue así con su hijo ni su nieto, Carlos IV y Fernando VII, ambos considerados dos de los peores monarcas de España. El primero tuvo la osadía de aumentar los impuestos todavía más que pagaban todos trayendo la miseria a todas las colonias de la noche a la mañana. Además, llegaron a gobernar a las colonias gente bastante corrupta como el Marqués de Branciforte y José de Iturrigaray, dos hombres sin escrúpulos que saquearon a la Nueva España hasta que se cansaron. Uno, al querer congratularse con el monarca mandó hacer una escultura al artista Manuel Tolsá que hoy conocemos con el nombre de “El Caballito”; al otro lo sacaron del Palacio Virreinal (hoy Nacional) en pijama y pantuflas por ratero. Este último fue la demostración  del hartazgo de los novohispanos por las decisiones del rey, iniciándose con Carlos III. De un momento a otro se pasó del “Obedézcase pero no se cumpla” al “Sepan ustedes súbditos”. Los reyes de España no se dieron cuenta que con sus acciones lo único que consiguieron fue que sus súbditos quisieran librarse de su yugo al extenderse el germen independentista en los dominios de América. Sin embargo, al día de hoy en el continente hay personas que no conocen estos hechos y están condenados a repetirlos.       

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