Hablar de Gustavo Díaz
Ordaz es un tema importante en el marco del 50 aniversario del movimiento de
1968. Él fue uno de los autores intelectuales de la masacre ocurrida el 2 de
octubre de 1968 en Tlatelolco y uno de los políticos más detestados de la
historia, solo después de Porfirio Díaz. Pero, ¿Qué llevó a este abogad poblano
a cometer uno de los peores genocidios de nuestra historia? En esta entrada voy
a tratar de ahondar en la vida polémica de Díaz Ordaz para entender las razones
(pero ojo, no para justificar) el tomar una decisión tan radical. Es por eso
que para el título de la entrada lo tomé prestado del capítulo de la genial
obra de Enrique Krauze, “La presidencia imperial”, dedicado a su persona. En toda
la literatura referente al movimiento de 1968 no he encontrado mejor perfil que
el hecho por Krauze de un personaje que no está en la gracia del ideario
popular. Y para mí es importante ahondar en lo hecho por ambas partes para
entender mejor cualquier evento.
Díaz Ordaz era un
estudiante modelo proveniente de una familia no muy pudiente, no le gustaba el
desorden y era bastante intransigente. Este último rasgo definiría sus futuros
cargos públicos, incluyendo la presidencia de la república. Algo que lo
distinguía sin duda es que era muy celoso de su deber en los diferentes cargos
que desempeñó a lo largo de su carrera política. Gracias a los contactos que
siempre tuvo alrededor desde joven ocupó importantes cargos en la administración
local de Puebla como en la federal. Antes de los 40 años ya había ocupado
importantes cargos como presidente de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje
de Puebla y presidente del Tribunal Superior de Justicia del mismo estado. Nunca
cedió ante los intereses de algún grupo en particular y, en el caso de la Junta
de Conciliación y Arbitraje, los fallos siempre fueron a favor de la parte que
él consideraba que tenía la razón, algunas veces los trabajadores, otras veces
el patrón. Y no era nada fácil puesto que en el tiempo en el que estuvo en la
Junta hubo conflictos con los trabajadores textiles de Atlixco y se tuvo que
enfrentar en no pocas ocasiones al cacicazgo de los Ávila Camacho que hicieron
de Puebla su terruño.
Uno de los pasatiempos
favoritos de Díaz Ordaz era resolver rompecabezas de todo tipo, con pocas o
muchas piezas, haciéndolos incluso varias veces. Este es uno de los rasgos más característicos
de su personalidad puesto que es una cualidad necesaria para el ejercicio del
poder. Resolver este tipo de entuertos en su carrera fue bastante difícil,
aunque gracias a sus dotes de orador le fue bastante sencillo convencer a sus
compañeros cuando fue senador por Puebla. Ahí conoce a quien fuera su gran
amigo y colega, también senador pero por el Estado de México y luego
presidente: Adolfo López Mateos. Cuando López Mateos es nombrado candidato del
PRI a la presidencia, se lleva a Gustavo Díaz Ordaz a su campaña y una vez que
toma posesión del cargo lo nombra titular de la Secretaría de Gobernación. Es de
hecho Díaz Ordaz el que ejerce la presidencia por doce años, puesto que a López
Mateos no le gustaba ejercer el poder. De ahí que tomaría la decisión de
reprimir el movimiento ferrocarrilero en 1959, durante el primer año de gobierno.
El tiempo pasaría y en 1963 es cuando López Mateos saca a su tapado de la
manga: Gustavo Díaz Ordaz.
Durante la administración
de Díaz Ordaz en la presidencia se dan algunos de los movimientos sociales más
famosos de la historia: el de los médicos y el de los maestros. Es decir, su administración
no fue tranquila y en parte esto sucedía por la estructura monolítica del PRI,
y por otra parte también tiene mucho que ver con el poder que los sindicatos habían
obtenido gracias a la estructura corporativa del gobierno. Algo que no se
menciona es que en la administración de Díaz Ordaz fue cuando el país tuvo sus
mejores indicadores socioeconómicos: el índice de marginación más bajo, el
poder adquisitivo más alto y esto no se ha vuelto a repetir. También se tuvo la
inflación más baja, aunque todo esto tarde o temprano le pasaría factura al país.
Esto fue posible también a que durante 12 años las finanzas estuvieron a cargo
de Antonio Ortiz Mena, un hombre de finanzas no visto desde Limantour. Sin embargo,
la intransigencia del presidente fue lo que lo llevó a que su administración terminara
terriblemente mal. Y de hecho fue el caso el que hizo que las cosas rebotaran
así: la rivalidad entre las instituciones de educación superior más importantes
del país en el ámbito deportivo nunca ha sido en términos de cordialidad y
respeto. El movimiento estudiantil que cimbró al sistema iniciando de este modo
su decadencia tuvo su origen en uno de los lamentablemente clásicos pleitos en
un partido de fútbol americano entre la UNAM y el IPN gracias a una afición que
no sabe de cordialidad. Y con un presidente amante del orden, amante de
resolver problemas complicados e intransigente, era obvio que iba a salir mal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario